viernes, 18 de noviembre de 2011

LA MAGICA PRESENCIA DE LAS HADAS...

Plantearse la existencia o la no existencia de las hadas es un pensamiento inadecuado. Abrir los ojos a la vida nos convence de su intervención en el mundo.
Cuando los hombres pasaban su tiempo en una entrega mayor a la naturaleza, las cosas de su entorno tenían otro sentido. El mundo de los colores era más vivo que el que ahora percibimos, y el mundo de los sonidos y los olores, también.

La percepción del mundo

No es que el atardecer fuera entonces más rojo, ni el sonido del viento fuese más persistente, no era de más calidad el perfume de una rosa ni más estridente y locuaz la risa de cualquier niño. Éramos nosotros, simplemente, los que olíamos más, veíamos más y oíamos más, porque, a fuerza de utilizar los sentidos, ellos se abrían y se ejercitaban, se desplegaban ante el universo de una manera salvaje y vital, y nos regalaban el premio del aroma y del sonido engalanado, ampliado, completamente abierto, hasta el mismo fondo de nuestros sentidos.
Cómo percibimos el universo, el de ahora y el de entonces, sigue siendo meramente orientativo. Que veamos las estrellas como las vemos, no quiere decir que sean así. Ellas son como son, pero cada especie, cada molécula, percibe los astros de diferente manera, y el no percibirlos en absoluto no es motivo suficiente para negar su existencia. Nada sabemos de la percepción que una hormiga tiene de una estrella, probablemente, ninguna, y no por ello es producto de nuestra imaginación.





El origendel mito

En los comienzos de la vida humana, o mejor, en sus despertares oscuros, cuando el hombre ya había desarrollado un potente lenguaje como medio de comunicación y con él expresaba sus miedos, sus penas, sus risas y sus misterios, las hadas forjaron lo más poético de su mente.
El hombre comenzó a desarrollar su fantasía y cubrió con símbolos y mitos aquello que percibía pero no sabía explicar. Tejió un impresionante abanico de nombres inventados para definir aquellas formas de la realidad de las que tenía percepción pero no sabía explicar.

Ser hombre y humanizar el universo es completamente comprensible. Dotar de rasgos humanos cada perfil de la naturaleza es lo más acertado para ordenar y sintetizar esas percepciones universales que el ser humano recibía por todas partes. Dulcificarlas, divinizarlas, crear monstruos o hadas para explicar lo hermoso o lo cruel, llevó a ese digno y exuberante ser humano a perfilar todo ese abanico de riqueza cultural.


La esencia de la belleza

Las hadas no son sino la esencia del espíritu femenino que irradia en la tierra. Se alimentan de prana, la sustancia energética que irradia el sol, habitan entre las aguas y danzan entre los bosques, son hermosas y a veces buenas, otras malignas. Hay días que nos protegen y noches que nos ayudan; hay veces que se paran a contemplarnos y hasta nos hablan desde las hojas de un árbol, otras, en cambio, se esconden y nos invaden con una tristeza infinita cuando nos damos cuenta de su desdén para con nosotros.

Su presencia es enigmática entre la lluvia; son misteriosas y lúdicas, traviesas y sensuales, firmes en sus propósitos y sagaces; nos empujan a imaginar y a interpretar el mundo, enredan en nuestro pensamiento y nos traen el frío y el calor. Son la esencia de la belleza y de la ternura, de la sensualidad y del agua. ¿No es impactantemente cierta la existencia de estas realidades?

Negar a las hadas es negar lo más bello que quiere y percibe el hombre. Si le ponemos cuerpo y cara de mujer es porque así lo creemos y lo queremos, por la importante necesidad de eternizar lo que más nos empuja a vivir.

Fuentes: Texto e imagenes recopiladas en la Red.

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