jueves, 18 de agosto de 2011

ELEMENTALES, LOS ESPIRITUS DE LA NATURALEZA SALEN A LA LUZ...



¿Quién dice que los gnomos o las hadas no existen? Ellos forman parte de los “elementales de la naturaleza”, una corriente de vida de seres diminutos que existen en dimensiones paralelas a la nuestra, y que colaboraron en la creación del planeta. Están acá y ahora, trabajando incansablemente en el fondo del mar, en el aire y bajo la tierra y los troncos de los árboles, para crear y mantener la vida terrenal.
Por: Alejandra Bluth Solari

¿Por qué cree Ud. que a las salamandras las asociamos con el fuego? ¿Y por qué los duendes son considerados tan trabajadores que hasta se ha acuñado la frase “trabajar como enano”?
¿Será, quizás, porque en verdad existen las salamandras y los duendes? ¿Tiene Ud. los argumentos definitivos para negarlo? Producto de una actitud mental estrecha, la mayoría de las personas sólo creen en lo que sus ojos pueden ver. Niegan la existencia de cualquier cosa, ser, lugar o realidad que escape al limitado alcance de sus sentidos; se rechaza de plano todo lo que que no sea visible, audible, palpable.
¡Qué flojera mental! ¡Qué comodidad! Nadie con un mínimo de conocimiento —y no estoy hablando necesariamente de un sabio avanzado en metafísica— puede ya sostener que algo no existe porque no lo puede ver. Muchos tampoco han visto al ángel de la guarda y sin embargo creen en él. Lo mismo pasa con otros ángeles y seres espirituales de dimensiones superiores a la vida humana. El mismísimo Dios, sin ir más lejos. Por lo tanto, el “no ver” con los ojos del cuerpo no es ya un argumento válido para negar la existencia de algo. Menos cuando se desarrollan los ojos del alma y se alcanza con ellos la visión real, ilimitada.
Así como existen seres superiores a nosotros, otro batallón de seres de corrientes de vida inferiores trabajan en las sombras, invisibles, para sostener la vida en la Tierra. Son los espíritus de la naturaleza, fuerzas cósmicas, energías básicas creadoras muy poderosas e invisibles al ojo humano que constituyen una verdadera fuente de poder, y viven en dimensiones de vida paralelas, no accesibles a los sentidos físicos humanos. Ud. no estaría ahora leyendo este artículo si no fuera por estos seres fantásticos, que muchos relegan a las páginas de los libros infantiles.
Su misión es trascendental: ayudaron a crear el planeta y sus cuatro elementos (aire, agua, fuego y tierra) mucho antes que el hombre apareciera sobre él. De allí su nombre: elementales. Se dividen en distintos grupos que manejan cada uno de los 4 elementos, y hoy siguen trabajando para crear y sostener la vida en la tierra.
Teofrastus Bombastus Von Hohenheim, también llamado Paracelso, uno de los médicos más famosos en Europa en el siglo XVI, publicó en 1591 una obra inmensa que abarcaba tratados médicos, alquímicos, filosóficos y teológicos, incluyendo “El libro de las Ninfas, los Silfos, los Pigmeos, las Salamandras y demás espíritus”. En este libro se inspiraron Goethe, los hermanos Grimm y Heine para realizar sus obras, protagonizadas por estos seres elementales de la naturaleza, a quienes comúnmente se representa como figuras humanizadas, vestidas de manera extraña y rodeados de mucho misterio.
La principal herramienta que poseen los elementales es el poder. De él se alimentan, y lo utilizan para dar vida y dominar a los 4 elementos: hacen crecer las plantas y germinar la tierra, mueven las olas del mar y encauzan las corrientes marinas y de aire, y controlan el fuego, tanto el que viene de los rayos de las tormentas eléctricas como del fondo de la tierra. El poder es su razón de existir, y viven en parejas heterosexuales sólo para intercambiar poder. Uno debe darle al otro el poder que necesita; de lo contrario, se deshace la unión y cada uno busca otra pareja que sí pueda nutrirlo del poder necesario.
Los elementales se mueven con un tipo de vibración muy rápida y eléctrica que les permite trasladarse de un lugar a otro a la velocidad de la luz. Sin embargo, y aunque sus cuerpos estén formados por manifestaciones de energía no estrictamente físicas o materiales, los estados vibratorios intermedios entre la energía invisible y la materia visible los hace visibles al ojo humano cuando se rebasan estas fronteras energéticas de “arriba” a “abajo”.
Normalmente, los elementales tienen su parte más densa o “cuerpo” en el Plano Energético, pudiendo en condiciones favorables corporizarse en las zonas etéricas donde se mezclan la energía, sin forma perceptible por nuestros sentidos, y la materia, cuyas características son evidentes y fácilmente registrables por los sentidos humanos. Es por ello que los elementales tienen como propiedad una plasticidad mucho más “veloz” que la nuestra, siendo sus formas más inestables y dinámicas. Cuando esas formas se lentifican es cuando se corporizan y es más fácil verlos, bien por factores naturales o por la voluntad de quien quiera verlos, voluntad que ha de ser fuerte pero no agresiva, pues cualquier inestabilidad repercute en los espíritus de la naturaleza y los ahuyenta hacia sus “refugios” energéticos y a los juegos ópticos propios de su extraordinario poder, para disimularse en los mismos elementos naturales en que habitan.

Albañiles celestiales

Las enseñanzas esotéricas más antiguas ya reconocían a los elementales como espíritus de la naturaleza conectados directamente con los cuatro elementos que rigen al planeta tierra. Cuando la tierra era sólo una masa incandescente y sin vida, los elementales ya estaban presentes planeando la construcción y la vida futura, como albañiles a cargo de los Espíritus Superiores y Arquitectos Cósmicos que diseñaban y ejecutaban la obra del Creador. Sólo hacía falta que se estableciera el orden para que finalmente empezara el proceso de evolución y vida sobre el planeta tierra. Y fueron los elementales los encargados de armonizar las condiciones básicas para la aparición de los distintos reinos de vida en la tierra.
Las salamandras —elementales del fuego— cuidaban la masa de gases radioactivos presentes en el planeta y la materia incandescente que debía ir sedimentándose y enfriándose de a poco, para que la tierra en formación pudiera ser habitable.
Los silfos —elementales del aire— cuidaban de la evolución de esos gases tóxicos, para lograr el equilibrio químico y encauzar los violentos vientos y tormentas nucleares que azotaban al planeta en formación.
Cuando los gases se hicieron líquidos y cayeron sobre el planeta en forma de gotas de agua, lluvias y tormentas violentas inundaron casi toda su superficie y aparecieron las ninfas y nereidas, elementales del agua. Su misión: quitar las materias densas y pesadas que aún había en suspensión, y controlar el curso de las aguas..
Cuando el planeta comenzó a enfriarse y a estabilizarse, ya estaban presentes los gnomos, duendes y hadas —elementales de la tierra— a fin de armar los primeros esbozos de arbustos y piedras. Daban origen a todo lo que germinaría después, con el trabajo de millones de años.

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